Coetzee después del Nobel



J. M. Coetzee. Elizabeth Costello (Mondadori, 2004)

Además de reconocido narrador y ensayista, John M. Coetzee (Sudáfrica, 1940) es un polémico conferencista que suele apelar a personajes de ficción para expresar con mayor libertad sus opiniones. Así creó a Elizabeth Costello, una anciana escritora australiana con la que se permite llevar hasta el extremo algunas de sus propuestas más originales y controversiales. Después de usar este recurso durante años, Coetzee decidió cerrar el ciclo dándole vida a su personaje en Elizabeth Costello (Mondadori, 2004), un libro entre la novela y el ensayo que es el primero que publica desde que se le concediera el Premio Nobel de Literatura del 2003.

La narración nos presenta a Elizabeth como una novelista nacida en Melbourne, en 1928. La vemos, a sus 66 años, recorrer el mundo para dar conferencias (por eso los ocho capítulos en que está dividido el libro se denominan Lecciones) en muy diferentes ambientes, desde universidades hasta lujosos cruceros en alta mar. Frágil y tímida, Elizabeth -cuyos sueños y recuerdos personales van apareciendo a lo largo del relato- no soporta las incomodidades de los viajes, las formalidades ni los protocolos, por lo que siempre busca el apoyo de algún familiar o amigo. No obstante, en el aspecto intelectual resulta implacable, especialmente cuando tiene que refutar aquellas ideas y prejuicios que se consideran lo "políticamente correcto" en los ámbitos académicos.

La mayor parte de sus reflexiones (casi siempre discusiones con otros personajes) están relacionadas con la literatura, más específicamente con ciertas constantes de la narrativa del propio Coetzee. Las "lecciones" van iluminando aspectos temáticos de novelas como El maestro de Petersburgo (1994) y Desgracia (1999), consideradas por la crítica como la más obras importantes del escritor sudafricano. Se van estableciendo, de ese modo, los principios básicos de su poética personal: la mímesis o capacidad del autor para identificarse con los personajes; el respeto y aprovechamiento de la tradición literaria (abundan las citas y alusiones a Joyce, Kafka, Swift); la preocupación por las pasiones humanas y también por la caritas (caridad) a la que dedica todo un capítulo.

Con coherencia y rigor lógico, Elizabeth radicaliza estas opciones llegando a conclusiones insospechadas. La mímesis la lleva a experimentar el sufrimiento de todos los seres vivos, incluyendo los animales. Por eso compara a los camales con los centros de exterminio nazi, una afirmación polémica, sin lugar a dudas. Sobre el problema de la representación literaria del mal, condena a un escritor por haber narrado crueldades muy parecidas a las cometidas por Johnny Abes en los capítulos finales de La fiesta del Chivo (2000) de Mario Vargas Llosa. El novelista peruano Llosa respondió por eso a estos cuestionamientos con un ensayo, titulado ¡Cuidado con Elizabeth Costello!, en el que elogia "la astucia de ese soberbio fabulador que es John Coetzee", pero toma distancia con respecto a los límites y normas que ese escritor parece querer establecer para la creación literaria.

De especial interés para nosotros, peruanos e hispanoamericanos en general, resultan sus reflexiones acerca de La novela en Africa por las semejanzas (pasado colonial, heterogeneidad cultural) con el caso de la literatura en nuestro continente. Elizabeth discute acerca de conceptos como identidad, oralidad y el "error" de ciertos escritores nativos por querer parecer más occidentales. Con mucha ironía, refuta cada uno de estos puntos, y critica que hasta los escritores africanos más fieles a su raíces se empeñen en hacer de su país algo exótico, echando a perder sus libros. "¿Cómo se puede explorar un mundo con plena profundidad si al mismo tiempo se lo tienes que explicar a unos forasteros?", se pregunta.

Pero el mayor logro del autor es entregarnos ese elaborado y complejo debate intelectual sin perder el espesor narrativo propio de la novela. El relato se inicia y concluye con dos puertas alegóricas: la de la habitación de la protagonista, que la separa de la bulliciosa vida familiar; y una puerta "onírica", similar a la de la conocida parábola kafkiana Ante la ley. Entre esos extremos transcurre la historia de Elizabeth Costello, un valioso libro que reafirma el consenso aprobatorio que mereció el Premio Nobel otorgado a John M. Coetzee.

2 comentarios:

Nova dijo...

Saludos desde Caracas...Sólo agrego que Coetzee tiene esa habilidad peligrosa para infiltrarnos argumentos muy lejanos de nosotros con una suavidad y genialidad únicas... Ahorita estoy terminando "Un hombre lento" y allí aparece la Costello invadiendo la casa del hombre accidentado y jugando con los personajes en una suerte de némesis del autor... Es imposible no leer a este autor, pero eso sí, hay que protegerse de los abismos morales que a veces crea

Anónimo dijo...

Protegerse de los abismos morales es darle la razón a Ellizabeth Costello.

A mi parecer el comentario de Verga Callosa es una forma disfrazada de rencor (la clara alusión a derrotar la visión de Ellizabeth Costello/Coetzee). Esta claro que Vargas Llosa es un títere de la filosofía liberalista desde Jhon Locke hasta Ayn Rand, así que obviamente sus respuestas van a estar más dirigidas por la ideología que por la comprensión a Coetzee.

EL asunto de los limites es muy interesante, en el caso de la Maldad la postura es muy interesante. Se la puede ocultar o negar pero no destruir, pues siempre resucita. Es una postura muy del Marques de Sade, en el fondo hay que elegir entre el mal (la verdad) o la mentira (el bien).

Otro punto de vista es que no hay que elegir, el mal y el bien no se pueden separar, lo que lleva a una lucha eterna cuasi heroica. Y en el fondo nada bueno sale del mal pero tampoco del bien.

Al terminar de leer Hombre Lento no supe si era una novela optimista o pesimista ¡Ni siquiera estoy seguro de que me haya gustado!